El poder de las palabras

acontralú

Ya apenas podía moverse para coger su libro favorito, su cuerpo le dolía demasiado. Con cada pequeño paso que daba notaba como aquella terrible enfermedad recorría sus venas buscando la forma de minarla por completo. Si es que no lo había hecho ya. Los médicos le habían dicho que ya no había nada que hacer. Aunque eso se lo dijeron hace veinte años. Veinte. Se dice pronto.

Hace veinte años la enfermedad llegó a su vida y la trastocó por completo. El mundo se paró. Ya no importaba nada de lo que sucedía fuera, ni lo cotidiano ni lo trascendental. Importaba ese momento. Importaba que su reloj de arena vital había decidido abrir sus compuertas, dejando escapar granos y granos, quedando solo unos pocos. Una miseria. Una injusticia. En aquel momento, pasaron por su cabeza mil pensamientos. Pensó en su hija, su familia, sus amigos, la había que había llevado, la que no iba a disfrutar. Se tocó las venas y pensó en arrancárselas para que no la llenaran por completo de aquel veneno. Pero sabía que si un médico no podía hacer nada más que recetarle sesiones de quimioterapia y operaciones, ella no podría hacer nada con sus ridículas manos. «Carla, lo sentimos mucho. Ahora queda un largo camino de lucha».

Aquella noche fue el final de su vida hasta ahora. Lo recordaba perfectamente. Hacía veinte años se sentó en la cama a llorar preguntándose por qué le sucedía esto a ella. Le preguntó a Dios y al universo si este era un castigo por algo que había hecho. No recibió respuesta. Llenó de lágrimas la almohada y llegó a despertar a su hija, que dormía en la habitación de al lado. Aún no sabía nada. La pequeña se acurrucó a su lado y le dijo que no se preocupara, que estaba con ella. Carla pensó en su hija y en qué iba a ser de ella. Tenía que pensar en demasiadas cosas y no sabía cuanto tiempo tenía.

Ahora que su cuerpo apenas podía moverse, recordaba lo fáciles que fueron aquellas primeras sesiones de quimioterapia comparadas con el resto de su enfermedad. Las operaciones que le quitaron trozos de su cuerpo por intentar alagar su vida unos cuantos años más. Agradeció a la medicina todo el trabajo que había hecho con ella y, así, poder ver a su hija crecer. Sin embargo, ella sabía perfectamente que había un gran factor que no tenía nada que ver con medicamentos y que habían logrado que Carla estuviera hoy donde estaba.

Carla recordaba perfectamente el día que conoció a Victoria. Era una de aquellas sesiones de apoyo contra el cáncer y de las que tanto desconfiaba. Nada más entrar en esa habitación alegre con aquella mirada suspicaz, Victoria la captó.

– ¿Nueva, no?- preguntó sonriendo alegremente.

– Eh…si- sonrió Carla tímidamente.

-¿Te apetece un zumo? Tenemos de pomelo, naranja, mango…¡Y tartaletas! Hay una chef entre nosotras y nos trae verdaderos manjares. El de huevos de codorniz está especialmente bueno. Por cierto, ¿qué te parece la decoración de las paredes? ¡Porque a mi me parece espantosa! Le dije a María que una cosa era alegrar el lugar y otra que pareciéramos niños de primaria. Mira que pintar maripositas….

Así estuvo hablándole sin parar durante horas. Durante horas se olvidó del cáncer. Se olvidó de absolutamente todo. Era imposible no reírse con Victoria y su incesante cháchara. La amistad fluyó por sus venas aún más rápido que la enfermedad y le dio una nueva compañera de batallas. A las semanas de conocerse, Carla no faltaba a ninguna sesión. Y Victoria tampoco. Y fue semanas después cuando le dio el mayor regalo del mundo.

-Oye, Carla. Yo sé que nos burlamos de las tonterías de los misticismos, pero tengo que contarte algo. Tengo un libro. Un libro…mágico. No es que tenga poderes, es que sus páginas han logrado que yo vea la vida de manera distinta, que me enfrente a esto con una actitud distinta. En estas charlas nos tenemos todas las unas a las otras y compartimos la enfermedad…pero cuando llego a casa y me enfrento de nuevo a la realidad…noto como las fuerzas se caen. Eso pasaba hasta que encontré este libro. Y me dio las verdaderas ganas de luchar. Quédatelo. Ahora te toca ser fuerte a ti.

Carla retomó esa suspicacia del principio. Aunque confiaba plenamente en Victoria, aquella idea del libro le parecía una soberana estupidez. Pasaron días hasta que comenzó a leer sus páginas. «Bienvenida. Esto es un compromiso que haces contigo misma….». Buah, otro maldito libro de autoayuda. O eso pensaba. «Esto no es para que aprendas a entenderte a ti misma, sino para que aprendas a que hay motivos para levantarse cada mañana aún cuando el mundo solo sabe ponernos trabas». Página tras página, el libro le recomendaba que, cada día, apreciara las pequeñas cosas del día a día, se valorara frente al espejo y valorara al mundo, buscara nuevos horizontes…Y poco a poco fue conociendo a gente y no se sintió sola ni un solo minuto de su enfermedad. Cuando despertaba de la anestesia siempre había una cara conocida que le sonreía y le decía «menudo sueñecito te has echado, amiga». Incluso había encontrado el amor y lo había valorado como el mayor tesoro. Había visto graduarse a su hija y la había visto soñar con un futuro maravilloso. Y Carla se lo deseó.

Ahora que la enfermedad le dolía tanto, aún recogía aquel libro, firmado por todos sus amigos y familiares con dedicatorias preciosas. Las páginas estaban dobladas de tanto pasarse, pero seguía conteniendo las palabras que le habían dado fuerza durante aquellos veinte años. Había aprovechado cada instante como si fuera el último y lo había saboreado con muchas ganas. Era consciente de que la enfermedad ya no era tan benevolente con su actitud positiva, pero ella era valiente hasta el final y sabía que tenía que enfrentarse a lo que fuera, aunque fuera su muerte. Siempre orgullosa de todo lo que ha hecho. Y feliz.

Abrió el libro por donde señalizaba el marcapáginas que dejó su última lectura: «Ante todo, eres fuerte y valiente. Eres una luchadora. Ahora que has llegado aquí, ¿te vas a rendir?».

-No…no lo haré- susurró con una sonrisa Carla.

Ella era una verdadera luchadora.

Dedicado a todas aquellas personas que luchan cada día contra el cáncer.

Sois admirables y un orgullo para todos nosotros.

Nunca dejéis de luchar.

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